¿Trascender o no trascender?

Por Mario Sapienza

“Únete al cosmos, y el pensamiento de trascendencia desaparecerá. La trascendencia pertenece al mundo profano. Cuando todo rastro de trascendencia desaparezca, la verdadera persona –el Ser Divino– se manifestará. Vacíate y deja que funcione lo Divino.”
Morihei Ueshiba, fundador del Aikido.

Recuerdo el momento en que esta sentencia del creador O’Sensei Ueshiba Morihei se presentó ante mis ojos, y no fue grato en primera instancia. Sin dudar de la gran verdad que acarrean sus palabras, había algo en ella, o mucho, que me ponía incómodo.
Se trataba de una incomodidad que generaba acción, de esas que me motivan a emprender largas búsquedas para comprender algo, o al menos partes, pensándolas con relación a un todo.
Y es en ese todo que tiene sentido la sentencia, y se vincula con la mayoría de los escritos del Fundador. Tengo la sensación de que O’Sensei siempre estuvo diciendo lo mismo, de diferentes maneras, para que todos lo pudieran entender.
Por ello es necesario no caer en la dislocación de las palabras fuera del contexto en el que se crearon y del arte que les dio origen. Si bien la sentencia es atemporal, no hay que confundir conceptos mirándolos desde perspectivas religiosas de occidente (cabe recordar que el Fundador era un devoto practicante del Shintoísmo,1 la religión principal del Japón).
Entonces, liberado de ciertos filtros y prejuicios, pude así comenzar a desenlazar los conceptos manifestados en la cita.
¿Cuántas veces habré leído y escuchado sobre la idea de “unirse al universo”, “ser uno con el universo”? ¡Qué lejos estoy de comprender esa representación! Y “únete al cosmos” no es la excepción. Buen comienzo, ¿no?
Pero no me alcanza con “no entender”, porque esa incomodidad que me generó la sentencia acrecienta mi voluntad para seguir leyendo y mirar desde el todo. Lo mismo sucede con ikkyo (el primer principio básico del Aiki), que aunque uno no lo comprende, y tal vez nunca lo haga, tiene que seguir practicando las restantes técnicas. Y es por ello que se practica tanto ikkyo, una y otra vez, hasta el último día.
Supongo que la idea de O’sensei Ueshiba Morihei de hacerse uno con el universo puede considerarse de un modo semejante.
Entonces llego a la trascendencia, el punto donde siento mi interpretación más débil. ¿De qué trata esto?
Los diccionarios nunca fueron de gran ayuda para este tipo de pensamientos, así es que opto por dejar de lado para otra ocasión las gélidas definiciones. Y, convengamos también, la sentencia del Fundador fue expresada en nihongo (idioma japonés), por lo cual estamos supeditados a su traducción.
Entiendo por pensamiento de trascendencia a aquellas ideas que nos imponen, o nos imponemos, de “ser alguien”. “Yo no me puedo ir de este mundo sin haber hecho o logrado tal o cual cosa” afirman los más optimistas. “El mundo tiene que saber quién soy” podría pensar algún megalómano. Pero más allá de estas u otras sentencias exitistas, tenemos que desentrañar la raíz implícita en este tipo de expresiones, y esa es el ego.
El pensamiento egocentrísta es el que nos hace creer que tenemos o debemos ser o hacer algo. Hacer algo que sobresalga del hacer de los demás, posicionándonos en un lugar más elevado. Trascender. Más allá de lo normal, ser más que nuestros pares, estar a otro nivel. Y es tan cultural, tan humano, tan profano esto. ¡Y tal vez sean condición inseparable del ser humano estas aspiraciones!
Entonces, si la trascendencia es parte indisoluble del humano, somos parte también de lo profano. Y lo somos viviendo el mundo que construimos encima del mundo real, lejos de lo sagrado.
Hasta este mismo post acaso sea una declaración de mis deseos de trascendencia por creer que alguien debería conocer mis planteos.
Aún así, recuerdo algo, algo que se me figura como la luz de una vela en medio de una noche sin luna. Y ese algo es que lo único y más sagrado que existe y tenemos está dentro nuestro. El origen del que todos partimos, ese lugar donde somos todos y todo al mismo tiempo. El Ser Divino está en todos nosotros.

Malevich culmina su período suprematista y se aleja del lienzo con esta obra, considerando alcanzada la “perfección divina”.«Blanco sobre blanco» de Kazimir Malevich, fundador del Suprematismo, 1918.
Malevich culmina su período suprematista y se aleja del lienzo con esta obra, considerando alcanzada la “perfección divina”.

Y para regresar a ese sagrado sitio, hemos de transitar un camino durísimo, de práctica sin descanso, y de lucha constante con nuestro ego, con nosotros mismos, nuestro único y verdadero enemigo. ¡Qué ese día llegue con premura! ¿No?
Por lo tanto, para volver a nuestro origen tendríamos simplemente que vaciarnos. Deberíamos dejar de lado todo lo aprendido y vivido para sentir a cada instante todo como la primera vez, tan sólo viviendo conscientemente el aquí y ahora. Sólo así funcionaría lo divino. Las técnicas de Aikido serían tan sólo consecuencias naturales regidas por los movimientos del mismo Cosmos, sin apego a las formas.
Siendo parte del todo no hay conflicto, no hay diferencias. Uno es «uno con el universo».
¿Dejar de ser humanos? No sé.
Al menos estos interrogantes son lo que me produce hoy, con mi escasa experiencia y mis tantas preguntas, la bella e interesante sentencia de O’sensei Ueshiba Morihei.

1 Recomiendo leer a propósito del Shintoísmo el siguiente artículo.
(http://www.terra.es/personal3/japonologia/ZJ-CUL-Shinto.htm)


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