Entrevista a Sensei Horacio Verdur: “Aikido toma por sorpresa a la mente”

Por Pequeños Universos

Pequeños Universos prosigue con su sección de entrevistas y presenta, a continuación, un reportaje exclusivo a Sensei Horacio Verdur, 4to. Dan Aikikai, quien se desempeña principalmente como Shidoin en Seiki Dojo (Buenos Aires, Argentina).1

Al término de una lluviosa jornada primaveral (un miércoles de setiembre de 2011 que no dio tregua a la ciudad de Buenos Aires) asistimos a la clase de Sensei Verdur en Seiki Dojo. Una práctica intensa, cuidadosa del más mínimo detalle de etiqueta, fue el prolegómeno adecuado para el encuentro que tuvo lugar minutos después del cierre de la clase.

Reunidos en un tradicional restaurante porteño, aguardamos el visto bueno del Profesor para colmarlo de preguntas.

¿Nos puede recordar su edad? ¿Cuántos años hace que practica Aikido?
Tengo 54 años y hace por lo menos 19 que practico la disciplina.

¿Qué lo condujo a comenzar la práctica? ¿Recuerda su primer maestro?
Siempre he sido una persona curiosa, con una gran necesidad de buscar lo profundo en todo, de tratar de comprender cuestiones internas del Ser, desde la raíz. Mi profesión me permitió viajar mucho y me brindó también la posibilidad de aprender a partir de ello, de experimentar el contacto con otras culturas y otras religiones. Me dediqué por largo tiempo también a leer acerca de distintas prácticas, en la búsqueda de respuestas a diversos interrogantes. Hasta que un día me decidí a entrar a un Dojo de Aikido, ubicado sobre la avenida Córdoba (Ciudad de Buenos Aires) y presencié una clase dictada por Sakanashi Masafumi Sensei. Puedo afirmar que desde ese momento supe que quería practicar Aikido. Desconozco qué me llevó a tomar esa decisión, sólo lo supe, simplemente.

Por ese entonces yo trabajaba y vivía en Cutral-Có (provincia de Neuquén), y decidí dejarlo todo y venir hacia Buenos Aires. Cambié de trabajo y comencé a tomar clases en el Dojo que tiene Sensei Sakanashi en Burzaco (Conurbano).2 Empecé una nueva vida.

Recuerdo exactamente el día en que comencé mi práctica: fue un 26 de Abril. Cuando llegué al Dojo estaban allí Sensei Sakanashi y varios alumnos más, pero no cambiados con sus aikidogi respectivos. Fue entonces cuando me explicaron que ese día no se practicaba, por conmemorarse un aniversario más del fallecimiento de Osensei (fundador de la disciplina). No obstante, se reunían a ver videos del creador del Aikido. Sakanashi Sensei tenía ese material en carretes de cinta. Era una experiencia muy familiar.

Al día siguiente volví al Dojo y pude comenzar a practicar. En esa oportunidad, la persona que me enseñó en mi primera clase fue el Sensei Celestino Ferro, por quien siento muchísimo cariño.

Me resultó muy difícil el comienzo de la práctica. No tenía idea sobre nada, ni el más mínimo acercamiento a la cultura japonesa. Lo que hoy conozco se lo debo a Sensei Sakanashi, quien con su paciencia me ayudó durante todos estos años.

¿En cuánto difiere la razón por la que sigue practicando hoy en día del primer motivo que lo condujo al tatami?
El motor sigue siendo el mismo, de lo contrario no seguiría practicando. Con los años de práctica, eso sí, el Aikido va definiendo, precisando, purificando ese motivo, pero en esencia no varía.

¿Practica otros caminos? Artes marciales, Yoga, Zazen… ¿Los utiliza como complementos de su práctica de Aiki o a la inversa?
Practico Yoga desde hace muchos años. Hoy sigo practicando casi todos los días. No sé si llamar esta práctica un complemento del Aikido: para mí una y otro son esencialmente la misma cosa. La palabra “yoga” significa “unión”, proviene del sánscrito “iug”, verbo que designa la acción de “colocar el yugo y uncir o unir ”. La unión que se intenta realizar es la de la conciencia individual con la Conciencia Universal. Aikido también trata sobre la unión: como sabemos, “Ai” significa unir; algo parecido sucede con “Ki”, energía, ya que puede interpretarse como un concepto similar al de la Conciencia Universal (o Kannagara, como se le dice en japonés).

La finalidad espiritual de ambas disciplinas es la misma. Según mi parecer, consiste en purificar la percepción y la conciencia para permitirnos un acercamiento mayor (finalmente, la unión) con la realidad tal cual es. En cambio, sí existe diferencia en cuanto a la relación que uno establece con su propio cuerpo a través del Yoga y del Aikido. En el Yoga, por ejemplo, la práctica es muy personal, y esa relación resulta muy marcada, lo que deriva en una conexión muy profunda con el propio cuerpo. La percepción esta más orientada hacia el interior, diría yo, mientras que en Aikido la relación se establece, al menos al comienzo, fuertemente con relación a los demás (los ukes), y la percepción se dirige más claramente hacia lo que está afuera.

En los aspectos prácticos, los ejercicios de yoga me ayudan mucho a ganar elasticidad y elongación, ya que mi cuerpo, de por sí, es extremadamente duro y rígido. Circunstancialmente ambas prácticas se apoyan, ya que esto ayuda a poder permanecer más tiempo sobre el tatami, a través de los años, sin lastimarse. Eso es muy importante para mí.

¿Qué considera usted como lo más importante a la hora de tomar clases? ¿Y a la hora de impartir una?
Lo que considero que uno debe tener cuando toma una clase de Aikido, y cuando la da, es la intención de desarrollar la capacidad de aprendizaje. Este desarrollo, esta agudización al observar, me parece vital, y es un trabajo que debe realizarse todos los días, en cada instante de la práctica. Debemos ampliar la conciencia de lo que se está observando y constatarlo en lo que uno está haciendo, porque el cuerpo tiende a ejecutar lo que ya sabe, y es ahí cuando no se aprende. Así, corremos el riesgo de repetir hasta el cansancio lo que hemos aprendido mal. De algún modo, utilizamos la “ley del menor esfuerzo”. Tenemos que hacer conscientes estos detalles si deseamos progresar.

Lo mismo sucede cuando como profesores damos una clase. Yo presento una técnica de determinada manera, y cuando observo a los practicantes repetirla de distinta forma, y esa forma coincide entre ellos, resulta evidente que mostré algo diferente de lo que creo haber enseñado. Puede ocurrir que lo que creo mostrar difiere de lo que muestro. Me parece que hay que detenerse en eso, reparar en esa circunstancia aunque parezca un detalle menor. Porque una y otra cosa deberían ser lo mismo. Para afrontar esa dificultad, esa contradicción, es muy importante saber observar, y en los alumnos encuentro, personalmente, un reflejo con el que constatar mi propio desarrollo.

En algunas de sus clases hemos podido practicar los ejercicios tradicionales de «remar» y de «hacer vibrar las manos debajo del hara». ¿Qué importancia considera que tienen estos dos ejercicios? ¿Cuál es el significado que advierte en ellos? ¿Con qué nombre los conoce?
Conozco esos ejercicios como Funakogi y Furutama. No sé si son imprescindibles, la verdad, pero en lo personal los considero muy valiosos. Nosotros los practicamos en las posiciones “migi hanmi”, “hidari hanmi” y hacia el centro; eso conforma un round. Se realizan unos 20 o 30 rounds de esta serie, normalmente, para sentir sus efectos. La raíz de estas prácticas se encuentra en el shintoísmo, como ejercicios de purificación. Furutama, que es la práctica en la que se reúnen las manos en el centro o hara, puede realizarse de distintos modos. No soy un experto en la materia, pero considero que la variante que hacemos nosotros fue transmitida tal cual por Osensei. En las prácticas del shinto, no obstante, hay otras variantes parecidas que se efectúan, por ejemplo, con ambas palmas de las manos juntas, realizando un mudra a la altura del plexo solar y dejándolas vibrar. Lo importante en estos ejercicios es que las manos vibren solas al ritmo del alma. Nosotros empezamos moviéndolas, obviamente, porque no sabemos cuál es el ritmo del alma. Pero si se mantienen juntas las manos un tiempo, se percibe que algún movimiento tienen: ese movimiento espontáneo, por decirlo así, empieza a tomar fuerza, y cada vez más fuerza (depende de cómo se pongan las manos, cuál sea la posición, cuál sea el mudra). La vibración va cobrando fuerza y mueve, progresivamente, suavemente, todo el cuerpo. Se trata de un movimiento natural que nace de esa conexión, no es algo que se haga meramente con las manos, moviéndolas. El Funakogi, que es el ejercicio de remo, implica una centralización muy importante y me encanta hacerlo. Es lo que me permite encontrar el centro, al principio de la clase.  Puede decirse que esa sensación nace del movimiento sincronizado con la respiración y el sonido. Cuando se realiza el movimiento con la pierna izquierda adelantada, se dice “iet-za”, que es un sonido especial, un kotodama (espíritu de la palabra, energía particular de su sonido), cuando se efectúa con la pierna derecha adelantada, se dice “iet-ho”, también otro kotodama, y cuando se hace hacia el centro, se dice “iet-iet”, otro kotodama particular. Entonces, esas tres oportunidades coordinadas nos producen un efecto de centralización muy grande, que es lo que después practicamos, en definitiva, durante la clase. A veces es muy importante hallar esa centralización al principio de la clase y mantenernos, así, conscientes de nuestro propio centro.

¿Recuerda algún otro ejercicio tradicional que no se practique habitualmente y que le parezca importante?
La mayoría de los ejercicios importantes, creo yo, se practican en nuestro Dojo. Lo que sucede es que muchas veces no se explica qué significan. Esto, me parece, es parte del método de enseñanza en sí mismo.  Insisto en que yo no soy un experto, pero estoy seguro de que la raíz que hay en el Centro de Difusión del Aikido es muy tradicional, los conocimientos vienen muy directos de los orígenes, así que casi todos los ejercicios fundamentales están presentes en nuestra práctica. Hay cosas que, por ejemplo, uno no practica durante la clase, pero que debería practicarlas quizás fuera de ella, como meditar. Se trata de un punto muy importante en el Aikido, pero que no suele estar explícito en la rutina del Dojo. Estos aspectos corresponden más a la práctica personal, al camino de cada uno que va unido a la práctica. El Dojo es un lugar para practicar, pero el terreno de práctica tiene que ser la vida de uno, fuera del Dojo. Es como “ir a la escuela”: uno no está siempre en la escuela; salimos a la calle, y ahí en la calle comprobamos que haber aprendido a sumar, a dividir, nos resulta útil para pagar la cuenta en el supermercado. Lo mismo ocurre con el Dojo: aprendemos allí lo básico, pero fuera de ese ámbito es donde se encuentran el resto de las situaciones que debemos afrontar. Una de las prácticas más importantes que hay en Aikido es sentarse en Seiza y hacer Mokuso (entrenamiento de la mente que, unido a la relajación, a la respiración y a la postura, trata de lograr un estado de limpieza de pensamientos, problemas y tensiones).3 Tal vez no todos los practicantes conozcan el significado del Mokuso; pero es necesario comprender su necesidad y su importancia.

En sus clases, no obstante, se percibe una diferencia, un contraste: muchas veces usted dedica un tiempo al Mokuso que es sensiblemente mayor del que le dedican otros instructores; tal particularidad hace que los alumnos presten especial atención a esos detalles.
Cada instructor es diferente y muestra a su modo las cosas importantes. Personalmente creo que en la ciudad llevamos una vida muy agitada, y que es muy importante darse la oportunidad de sentarse, de permanecer quieto un rato consigo mismo. A veces uno tiene media hora, a veces 5 minutos, a veces tan sólo un minuto. El tiempo de que se disponga para meditar hay que aprovecharlo, sea mucho o poco. Eso produce un cambio increíble en la práctica, en la concepción que tenemos de ella y del motivo por el cual practicamos.

¿Qué debemos hacer? ¿Respirar?
La meditación es un proceso para aquietar la mente, y existen por lo menos 3 métodos básicos para llevarlo a cabo. Uno de ellos es el que consiste en repetir ciertas palabras o frases, conocidas como “mantras”, ya sea en voz alta o internamente. Otro método posible es utilizar el pensamiento de una forma específica. Finalmente, está el método en el que nos valemos de la respiración como base para la práctica meditativa. Uno se siente mejor con un procedimiento u otro. Todo depende de la forma de su espíritu. Las tres técnicas conducen al mismo fin y ninguna, según creo yo, es mejor o peor que otra. Buscamos disminuir la actividad mental porque, al hacerlo, se produce un fenómeno de amplificación de la conciencia: ese fenómeno es llamado, a veces, “despertar”, y estriba en un cambio de la percepción que nos permite acceder a otra cosa.

¿Cómo se refleja esto en la práctica del Aikido?
Es difícil meditar mientras se practica. Sin embargo, la práctica física del Aikido, a la larga, lleva a un estado de tranquilidad similar al que produce la meditación. No creo que las dos cosas sean lo mismo. Por ese motivo, la práctica de la meditación tiene que hacerse aparte. Sin embargo, la práctica de Aikido ayuda a la meditación y viceversa. Con el desarrollo de la meditación uno llega a tener la percepción más afinada, y ese logro permite practicar con la conciencia más en el centro. Meditación y práctica de Aikido son para mí parte de un aprendizaje conjunto e importantísimo. De hecho, creo que una de las prácticas que realizaba Osensei con frecuencia era sentarse él también a meditar. Es muy interesante verlo en esa situación, como podemos apreciar a través de la iconografía que circula hoy en día.

Es sabido que las prácticas de Osensei provienen, en su mayoría, del shintoísmo. Existe una distancia grande entre Occidente y esas tradiciones que tal vez nos aleja de la raíz del Aikido, pues el fundador era muy ferviente en sus creencias religiosas. ¿De qué manera podemos seguir conectándonos con esa raíz? ¿Usted cree que a través de la meditación podríamos sostener ese vínculo?
La meditación es uno de los puntos importantes. El Aikido es una técnica de “misogi”, de purificación, y está íntimamente relacionado con el shintoísmo. Aunque uno no persiga la raíz shintoísta, por decirlo así, siempre que haya compromiso y sustancia en la práctica estaremos vinculados a Osensei y su filosofía.

En este punto consideramos prudente interrumpir el cuestionario y abocarnos a la cena. Sin embargo, la conversación siguió rondando los temas de la disciplina. Fuera del contexto de su clase y del Dojo, Sensei Verdur se expresaba con la misma prudencia, con el mismo esmerado estilo de un budoka muy consciente del Zanshin (término japonés que expresa el concepto de vigilancia o alerta).

En ocasiones, los reporteros pasaron a ocupar el lugar del entrevistado. El Sensei nos sorprendió interrogándonos, manifestando un vivo interés tanto por la tarea periodística emprendida como por la circulación de nuevos lenguajes de comunicación (nuestro blog, internet en general).

Ya en la sobremesa arremetimos con nuestro segundo arsenal de preguntas.

Usted conduce un Dojo en Traslasierra, provincia de Córdoba. ¿Por qué decidió montar un lugar de práctica allí?
Siempre quise mezclar Aikido con la naturaleza. Me encanta la naturaleza. Por ejemplo, en el Dojo de las sierras un factor clave es el clima. Parece mentira, pero en una ciudad como Buenos Aires no representa un problema el clima, porque el Dojo está más o menos a la misma temperatura siempre, salvo en invierno, cuando hace un poquito más de frío, o en verano, cuando hace un poquito más de calor. Nunca hay que preocuparse por este tema. Hoy, por ejemplo, llovió muchísimo, y el Dojo estaba bien, pero en Traslasierra llueve y hay goteras por todos lados, hace también mucho frío. En una oportunidad tuvimos que practicar con una temperatura de -7ºC. En verano también hace mucho calor. Como les decía, en general el clima forma parte de la agenda cuando uno está en pleno contacto con la naturaleza. Es un cambio importante. Los sonidos que hay en torno al Dojo son muy hermosos. Todo ese contacto, para mí, es importante.

Cuéntenos un poco más sobre la locación del Dojo.
Está ubicado en una especie de hotel chico que tenemos con mi esposa, en la montaña, a más o menos 1000 metros de altura sobre el nivel del mar, y a unos 3 km del pueblo principal, que se llama San Javier. El lugar tiene un arroyo vecino, muy bonito. Todo ese contexto, cuando uno se sienta en el tatami, significa una diferencia. El Dojo se llama Gingetsu, que quiere decir “La Luna que brilla”. Cuando hay luna llena, nosotros nos sentamos a meditar, y entonces la luna lo ilumina con un color blanco impresionante. Las noches de ese tipo, en las sierras de Córdoba, son extraordinarias: no hay smog y la luna es como una linterna que alumbra encima del Dojo y lo vuelve todo blanco. Al menos a mí me produce esa impresión. Todas estas cuestiones, que tienen que ver con la vida en la naturaleza o en el exterior, despiertan emociones que en la ciudad, prácticamente, cuesta mucho sentirlas. Pero en lugares así hay otro tipo de vibración. A veces uno se pone a trabajar en el Dojo, en la huerta, o emprende el arreglo de los árboles o de cualquier cosa que sea necesaria, y eso a la larga va aflojando algunas cosas, distintas a las que la ciudad nos presenta.

Sensei Verdur yendo hacia Gingetsu Dojo

¿Tiene muchos alumnos en su Dojo?
No, no tengo muchos. En este momento son sólo cinco alumnos, de todas las edades. Uno de ellos es mi hijo, que tiene 12 años, y hasta cuento con un practicante de 55 años, como yo.

¿Es lo mismo dar clase para 5 personas que para 30, como sucede regularmente en Seiki Dojo?
En mi Dojo tuve que desarrollar una forma de enseñar para alguien que no tiene a quién copiar. Por ejemplo, hoy entró un chico nuevo a nuestra clase de Seiki. Supongamos que toma 5 o 6 clases, que practica y aprende las caídas y luego se integra al grupo y ya empieza a copiar. Es un proceso bastante rápido. Allá, en Traslasierra, no existe esa posibilidad. Mis alumnos pueden verme un poco a mí y nada más. Cuando uno está dando la clase no puede ser uke y nage al mismo tiempo. En fin, es bastante difícil. Es un desafío grande, porque el proceso de aprendizaje se torna muy lento de ese modo. Hasta que se forme un grupo que sepa moverse, que sepa caer sin golpearse, existirá esta dificultad. No es posible hacer clases muy continuas. Tenemos que manejarnos despacito, porque si no,  alguien se golpea y eso le quita las ganas de practicar. Allá enseñamos mucho los ukemis, hacemos mucho hincapié en ese aspecto. El propósito es que salgan suaves, que los practicantes no se golpeen. Ponemos mucho énfasis en desarrollar una buena flexibilidad en el cuerpo; también, al principio, puse mucho énfasis en la práctica con armas porque ahí residen los movimientos básicos de Aikido, pero, a decir verdad, las clases no resultaban muy divertidas. Hay que lograr un equilibrio entre todos estos aspectos para motivar a la gente.

Imagen del interior y Kamiza de Gingetsu Dojo, en Traslasierra, Córdoba.

Un estudiante de Aikido puede practicar durante años Seiza o una técnica determinada o la etiqueta del Dojo sin conocer sus fundamentos, su significado, sin acercarse a la figura de Osensei, su filosofía y sus alcances. ¿Qué opina de esto? ¿Cree que es posible esa falta de vinculación? ¿Cómo considera que influye una actitud opuesta en la práctica?
Bueno, esa es una pregunta que me hice durante mucho tiempo también. Las dos cosas –vinculación o desvinculación– son posibles. Sin embargo, aunque no estemos interesados en nada de la filosofía o la personalidad de Osensei, tarde o temprano su modo de percibir y de pensar termina invadiéndonos. Las técnicas de Aikido, de por sí, son una enseñanza, y eso no se puede evitar. A medida que uno llega a cinturón negro y pasa graduaciones, aunque no le haya interesado mucho el aspecto filosófico, ya sabe que existen cuestiones más sutiles que la violencia o el golpear a otra persona para resolver un conflicto; sabe que hay otras formas de intercambio con el otro, aunque esa persona se muestre agresiva. Entonces, como decía, las mismas técnicas constituyen un adiestramiento en ese sentido. Sin embargo, es mucho mejor conocer la naturaleza de lo que se está aprendiendo, porque interviene así otro centro en el aprendizaje, que es del pensamiento. De este modo, no es solamente la parte física la que juega su papel, donde interviene un solo centro que es el del movimiento puro. Al interiorizarse sobre los aspectos filosóficos, sobre toda esa tradición que ustedes mencionan, el practicante adquiere una ventaja muy grande, acelera mucho el proceso. No obstante, también es posible hacer cualquier otra cosa. De hecho, creo que la gran mayoría de la gente que practica nuestra disciplina no tiene mucho interés en profundizar sobre su filosofía o sobre la vida de Osensei, y mucho menos al principio, cuando recién comienzan.

En lo personal, y por la forma en que he sido educado, me gusta contar con una idea intelectual de lo que estoy aprendiendo, pero en Japón, por ejemplo, creo que la forma tradicional de ensenar es diferente y no se da tanto de esa manera. Allá los maestros enseñan una cosa mostrándola y luego cada uno la repite hasta que la entiende, las explicaciones no existen tanto.

En Occidente acostumbramos estudiar una materia, una carrera, por ejemplo, con la idea de llenarnos de teorías. A partir de determinado momento, cuando nos recibimos, comenzamos a ponerlas en práctica. Aikido da la sensación de seguir un camino inverso. Uno practica, repite, y es como si el fondo filosófico estuviese implícito todo el tiempo en los ejercicios, las técnicas. ¿Comparte esta idea? ¿Cómo lo analiza usted?
Coincido con ustedes. Lo que sucede en Aikido es que el conocimiento hay que abordarlo de distinta forma. Se llega a él, digamos, por una puerta que está escondida, que queda atrás, para ser gráfico. Aikido toma por sorpresa a la mente. De por sí, la mente es reacia a aceptar formas en las que quede subordinada. Es como un ser que tiene cierto poder y al que no le gusta perderlo. Al principio, nuestra disciplina entra de manera subrepticia, va dominando poco a poco ciertos elementos sutiles de la mente. Uno de esos elementos es, por ejemplo, el instinto agresivo, que nace de una manera casi espontánea como forma de reaccionar en ciertas personas. Todas esas características que se van reeducando afectan, finalmente, al pensamiento. Cuando eso sucede, la mente tiene ya otra forma: Aikido ingresó en el cerebro, pero lo hizo por otro lado, no como estamos acostumbrados a verlo acá, cuando uno va a la universidad y, como decían recién, se llena de conocimiento teórico para recién después considerar la puesta en práctica. El método es exactamente opuesto y resulta muy interesante advertirlo.

Incluso creemos que esta condición puede ser incómoda para el que recién empieza a practicar. ¿Qué opina?
Para muchos es incómodo, sí. Pero en un momento dado, cuando se llega a cinturón negro o tal vez más adelante, la mente puede involucrarse también en la práctica, el pensamiento se puede incorporar y eso genera una conciencia diferente. Ya cuando uno está practicando y conoce la técnica básica, sabe que está desarrollando una forma de purificación; el hecho de tener esa consciencia opera un cambio en la relación uke-nage.

Sensei Verdur aplicando el segundo principio básico del Aikido.

Un Dojo es un ámbito de unión, en donde se encuentran caminos. Sin embargo, vemos que cada día se abren más y más Dojos. Algunos de ellos son separaciones de grandes escuelas y grandes maestros. Entonces, ¿la separación es necesaria para la unión?
La separación manifiesta el ego de las personas. Por condición, el ego precisa separar. Se basa en establecer una posición que no admite otra posición en el mismo lugar. El ego siempre necesita estar separado porque trabaja con los pares de opuestos para construir el mundo. Por eso, estimo, la voluntad de separar es parte de una etapa en el aprendizaje. Más adelante, si se sigue progresando surge la madurez, un momento a partir del cual ya no importa la separación, no existe separación porque siempre estamos unidos en el mismo camino. Esto es algo muy difícil de aceptar para las personas que se hallan en una posición muy dominada por su ego. Admitir que alguien va adelante por ejemplo, que es un Sensei, no significa otra cosa más que el reconocimiento de que ese individuo empezó antes y de que no es posible, por lo tanto, ir más adelante que él (el significado literal de “senpai” es “la persona que va adelante”).

De hecho, eso organiza nuestra práctica desde que comenzamos, desde que tenemos contacto con la disciplina; todo lo que atañe a la etiqueta, a la relación senpai-kohai…
Sí, pero a veces el ego pesa más y se abren escuelas, se abren Dojos que hacen lo propio que piensa la persona que está a cargo.

¿Y eso no es difusión del arte marcial?
Bueno, es difusión, sí. Aikido necesita ser difundido. Pero el tema de la separación creo que atañe a un estado de madurez particular. En Europa, por ejemplo, donde el Aikido entró por lo menos 20 años antes que en Argentina, la comunidad pasó por una etapa de fragmentación total. Las escuelas iniciales se dividieron cuando los cinturones negros llegaron a cierto nivel. Se fracturaron todos y después aprendieron a trabajar juntos, luego de años de separación. Pasaba con Tamura Sensei, que era solicitado por varias escuelas diferentes para dictar seminarios. Aprendieron por fin a trabajar para llevar un maestro conjuntamente, y no que tuviera que hacerlo siempre una sola persona desde su propia organización. Es un estado un poco más alto de madurez, me parece, pero sucede con el transcurso del tiempo.

¿Qué sucede si consideramos la misma cuestión desde la raíz, como es el caso de los primeros discípulos que se separaron de Osensei? ¿Qué los motivó a hacer eso? ¿Fue también el ego o habrá tallado alguna diferencia de pensamiento en otro sentido (religioso tal vez)?
Eso no lo podemos saber. Pero me parece que siempre, en lo que se refiere a separaciones, la raíz del quiebre es el ego. Las diferencias no existen más allá de eso; no podría diferir yo con ustedes de otra manera que no fuera a través de mi ego, de mi personalidad. Y eso, a la larga, se impone lamentablemente sobre el corazón. Si tengo un criterio o una posición, y esa posición no admite otras posiciones, a la larga se impone la ruptura y sigo un determinado camino aunque internamente sufra. No se trata de que este mal, pero me parece que por ese motivo se generan tantas escuelas y caminos diferentes.

¿Cree usted que esto va en contra de la idea primordial de Osensei respecto del Aikido?
Pienso que no. Aikido es mucho más que el ego de la personas. Aikido crea un concepto universal que no tiene que ver con esto que discutimos ahora, un concepto que trasciende por lejos los temas de ego. Las separaciones no son algo deseable pero ocurren. A la larga –me parece– no tienen mucha importancia.

¿El Aikido mundial se divide cada día más o se ramifica cada día más?
Yo diría que se reorganiza, no que se divide. El concepto de Aikido no podría dividirse nunca, porque implica de por sí la idea de “unión”. Pero sí sucede que el concepto se adapta a los tiempos, a los países, a las situaciones de madurez de los maestros que residen en cada país. Adopta una forma que no es ni mejor ni peor, que simplemente refleja el estado de las personas que viven y practican en un determinado lugar. En Argentina no podríamos tener una organización como la de Europa todavía, y en Europa no podrían tener una organización como la que existe en Japón. En Rusia no podrían practicar Aikido como practicamos aquí o como practican en Estados Unidos. Nuestra disciplina adopta los colores locales, y la organización de la misma también.

¿Le gustaría agregar algo para compartir con otros practicantes y con los lectores de Pequeños Universos?
Pienso que en la práctica que llevamos a cabo en las ciudades hay una rutina común e impersonal: uno va al Dojo, se pone el equipo, practica. No sabe muy bien quién es quién, cómo es el compañero. Después vuelve a su casa y queda poco rastro de las experiencias particulares. A veces pasan años hasta que uno sabe correctamente el nombre de un compañero, lo que hace para ganarse la vida, si tiene familia o cualquier otro tipo de cosa semejante. Por ese motivo me encanta contar con esta oportunidad de conocerlos y de saber que están haciendo algo tan importante. Conversar, trabar amistades, se convierte en una motivación extra para la práctica. Esto sucedía mucho en el Dojo de Burzaco,2 cuando tuve mis primeros contactos con la disciplina.

La noche fue ganando las calles de la ciudad de Buenos Aires. Pequeños Universos siguió conversando con Sensei Verdur. Incluso acordó que la presente entrevista no es más que el comienzo de un ciclo de varias charlas y encuentros. Agradecemos profundamente la dedicación que el Shidoin nos brindó y esperamos hayan disfrutado la lectura de la entrevista. Próximamente compartiremos nuevos materiales.

(1) Perteneciente al Centro de Difusión del Aikido, Organización fundada por Masafumi Sakanashi Shihan (7mo. Dan Aikikai) y dirigida por Leonardo Sakanashi Shidoin (4to. Dan Aikikai).

(2) Asociación Aikikai Sakanashi Dojo.

(3) En japonés, el significado de Mokuso es «mirar en silencio hacia el corazón». Otros lo traducen como «reflexión tranquila».

12 comentarios en “Entrevista a Sensei Horacio Verdur: “Aikido toma por sorpresa a la mente”

    1. Muchas gracias, apreciado Carlos. Todos nuestros textos pueden compartirse en redes sociales y otros medios digitales, libremente, siempre y cuando se cite la fuente y se vincule al blog, pues es la manera de que sigamos construyendo responsablemente este espacio tan querido y necesario. Un abrazo y saludos.

  1. Ricardo Velazquez

    Gracias porla entrevista, Tengo intenciones de ponerme en contacto con el aque me estoy mudando a Traslasierras y deseo seguir practicando Aikido.
    Me podrian dar un medio para contactarme con el. Mi mail es velarchi@gmail.com.
    Gracias

  2. Juan Gonzalez

    Buenas Noches. Como hago para comunicarme con Horacio? el fue mi maestro en un pequño Dojo en Rafael calzada. Grandes momentos. Gracias

  3. Alejandro

    Hola! Antes q nada. buenísima entrevista!! Recién la descubro x estar buscando profes por la zona. Me gustaría saber donde esta ubicado el Dojo de Sensei Horacio. En un tiempo no muy lejano me estaré mudando a traslasierra y no quisiera abandonar las practicas. Muchas gracias!

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