La tradición marcial del Aikido: la respuesta adecuada al mundo contemporáneo

Por Masafumi Sakanashi Sensei

Sakanashi SENSEIAl ser convocado a participar en este libro y expresar mi visión acerca de la cuestión de la religión en el conflictivo mundo contemporáneo, me pregunté sinceramente qué perspectiva iba a tomar, en tanto no soy, por cierto, un estudioso académico ni un filósofo ni un sacerdote de una religión. De tal manera, como siento con todo mi ser que el Aikido tiene muchísimo que ofrecer al ser humano de nuestra época, me resulta más claro empezar dando mi señal de identidad: todo lo que digo lo afirmo en mi condición de practicante y maestro de Aikido y se funda en la experiencia vivida gracias a las enseñanzas que me transmitieron mis maestros en el camino (el Do). No tengo la intención de transmitir mis opiniones subjetivas –que las tengo como cualquier persona– sino de ser un canal de la tradición marcial que represento y que hunde sus raíces en el corazón mismo del Japón: la disciplina Samurái del Bushido en la especial forma desarrollada por O Sensei Ueshiba Morihei, quien creó el Aikido como legado para la humanidad en estos tiempos turbulentos de tanta transformación.

Porque el Aikido es la obra de este gran genio creador que fue Ueshiba Morihei Sensei, como una perfecta síntesis de toda una tradición de disciplinas marciales que él reformuló de la manera más depurada y propicia para la época que nos toca vivir. Y en este sentido es tan auténticamente japonés como es universal en la práctica. Ahora bien, como en nuestro mundo vivimos un momento muy especial en el que hay actualmente toda una moda de aplicación de técnicas orientales en Occidente –y en particular del Japón, desde el Sushi a las últimas producciones de Hollywood– y una occidentalización del Oriente, resulta necesario partir de algunas consideraciones generales acerca de la cultura del Japón para aproximarnos a la comprensión de su espiritualidad y realizar un diálogo –no un choque– entre civilizaciones.

Kamon de la familia Tokugawa.
Kamon de la familia Tokugawa.

Toda la cultura japonesa está impregnada del espíritu Samurái, marcada por las huellas de decenas de generaciones del Shogunato de la Era Tokugawa hasta la Restauración Meiji (1868). La palabra Shogunato deriva de Shogun, que era una especie de Señor Feudal, un Samurái nombrado general con enormes poderes. Hay que tener presente que desde Minamoto Yoritomo (1147-1199) que se autoproclamó Shogun, el Shogun llega a poseer tanta soberanía que en la práctica gobierna el Japón, usurpando el poder de la Corte Imperial de Kyoto. De tal manera, aunque en todo el Japón se reverenciaba al Emperador, prevalecía la voluntad del Shogun hasta que en la mencionada Restauración Meiji, en la que pierden el poder los clanes Samurái, se produce la modernización que aparece narrada en la película El último Samurái, con el estilo norteamericano de Tom Cruise. Lo que se narra en esta película es un hecho histórico y tiene que ver con la transformación de una época. Pero entiendo que no se trata de pensar las cosas en términos de una oposición radical, de ponernos nostálgicos porque se han perdido los valores poderosos de la ética guerrera o, por el contrario, festejar el progreso y desechar el pasado. En realidad, considero que los principios éticos de la tradición fueron sin duda muy altos, de una dignidad tremenda y configuraron seres humanos muy fuertes como ya no hay sobre la tierra. Pero también hay que tener en cuenta que durante siglos el Japón dejó de estar en guerra permanente y los clanes guerreros descargaban su violencia sobre los ciudadanos pacíficos e indefensos. Bien podía ocurrir que si alguien simplemente miraba a un Samurái, éste lo matara para hacer evidente su poder. La locura humana siempre existió y sigue existiendo. Pero a través de las épocas los seres humanos van cambiando en cuanto a su manera de vivir .Y los cambios son inevitables, son parte de la vida del cosmos. Por eso, decíamos que O Sensei Ueshiba Morihei creó el Aikido como una práctica que se armoniza con el ser humano de hoy, pero a la vez su enseñanza tiene sus raíces en el Japón tradicional, participa de una cadena de transmisión ancestral. Por eso, en esta exposición lo que nos interesa mostrar primero es hasta qué punto esos valores tradicionales se conservaron transformados y siguen siendo el alma del Japón y de nuestra práctica, que es el Aikido.

Los valores tradicionales del Samurái

Toda la historia de los Samuráis del Feudalismo de Japón –desde el siglo XII– y sus interesantes paralelismos con la Caballería en Occidente constituye un capítulo apasionante de la formación de nuestra cultura.[1] Por cierto, nos habla de una clase privilegiada, una estirpe durísima que hacía del combate una disciplina espiritual, perfeccionando la actitud marcial hasta límites inconcebibles. Ahora bien, transcurrido el tiempo, cuando se opera la modernización del Japón, estos pilares sufren una notable metamorfosis pero continúan vivos, como la base de un árbol que ha crecido con ramas frondosas pero que se sostiene por la fortaleza de sus raíces. Esta raíz es la profunda ética japonesa del honor, que se manifiesta en forma externa en el respeto y la consideración hacia el otro, y se cultiva con el compromiso, la atención y el empeño puestos en la acción. Todos estos principios son inculcados desde la más temprana edad en la educación de los niños hasta impregnar la esencia misma de la persona. Porque éstos son los valores fundamentales que se despliegan en nuestra cultura: honor, respeto, compromiso no son meras palabras vacías. Para el japonés el honor está en su ser mismo, en su cuerpo y sus entrañas: está en su Hara. Pues, justamente, la palabra Hara designa el bajo vientre como núcleo vital del ser humano, el sagrado depósito de su energía –su Ki . Pero el Hara no es sólo una parte anatómica, es el centro espiritual, lo fundamental del ser humano. En otras culturas se habla del corazón como símbolo de lo que es esencial, y se quiere decir lo mismo: pues hacer algo con corazón significa hacerlo con toda el alma. Pero nosotros preferimos la panza, el vientre. Está más abajo, más cercano a las raíces, a las profundidades. El corazón refiere más a lo emocional así como el cerebro a lo intelectual. El Hara es la acción, esto es lo propio del Oriente. Por eso mismo, en tanto el Hara es lo más esencial, está en la base del ser, se identifica con el honor. Y de allí deriva la palabra Harakiri como la expresión de un acto de honor, de cortarse el Hara para abandonar la vida dignamente, como el gesto propio del Samurái que, por alguna circunstancia, había perdido la posibilidad de seguir conservando su honor. No equivale, simplemente, a suicidarse, y menos que menos a la actitud de quien no soporta más la vida, se tira por la ventana o se toma unas pastillas. La acción ritual del Harakiri posee un significado profundo porque, evidentemente, los que la han realizado podrían haber elegido matarse de otra manera más rápida, menos dolorosa, pero han elegido cortarse justamente el lugar más preciado de su ser, como un último gesto. Por cierto que no estamos invitando a nadie a que se corte el abdomen –en realidad, ya ni en Japón está vigente esta costumbre–; uno de los últimos en practicarla ha sido el escritor Mishima, que intentó reinstaurar los principios de la ética tradicional del Japón. Nuestra intención es mostrar que aunque nadie se haga el Harakiri, en la comprensión japonesa de la vida la identificación del honor con el Hara sigue viva.[2]

El honor tiene que ver con un sentimiento íntimo de la persona consigo misma, y a la vez involucra ciertamente lo exterior, lo social. En toda nuestra percepción, lo interior es exterior, lo exterior es interior. El honor no es exclusivamente el reconocimiento social de los demás, pero también lo compromete e incluye. Por ejemplo, hace poco se difundió en los diarios que en el Japón existe lo que para gran parte del mundo es una costumbre incomprensible: la gente devuelve los objetos de valor que encuentra perdidos. Una cifra estimada en millones de dólares mostraba la cantidad de efectos personales y dinero encontrado en lugares públicos que habían sido devueltos a la Policía durante un año. Esto se debe al hecho de que la educación japonesa transmite que el núcleo fundamental de la vida es el honor, y una persona que comprende eso se da cuenta claramente de que si alguien se apropia de algo de otro pierde, con ese acto, su propio honor. No se trata de lo que el otro puede opinar, es un sentimiento más profundo, arraigado en la formación del individuo. En este punto es importante percibir el lazo inseparable entre la noción de honor y la de veracidad, honestidad, integridad. Son conocidos asimismo muchos casos en que veteranos de la guerra no iban a cobrar sus pensiones. Desfallecían de hambre antes de ir a cobrar esa ayuda porque sentían que con eso su honor, identificado con su propia autonomía, se manchaba. Porque en Japón se enseña a los niños a manejarse solos y no ser una carga para los demás. Y este sentimiento que la persona tiene consigo misma, esencial en la idiosincrasia de nuestra cultura, es un legado de la ética Samurái. Se nos ha transmitido una serie de sentencias de su moral como la que dice: La sociedad está enferma cuando sólo ama el lucro y los guerreros temen a la muerte. Alguien puede pensar que esto es excesivamente autoexigente y, en verdad, es una ética severa. El japonés es muy exigente consigo mismo; sus logros en las artes marciales dan una orgullosa prueba de ello y manifiestan en cuánto se estima la valentía y la rectitud. Es todo lo contrario de la costumbre del no te metas, del dejar pasar, la negligencia. Si alguien ve algo que está mal, tiene el deber de decir algo. Pues de otra manera, comparte en su conciencia la responsabilidad. Por eso también se acostumbra decir: Saber lo que es justo y no hacerlo es cobardía. De tal manera, el espíritu Samurái cultiva hacia sí mismo una actitud implacable que puede transformarse en dureza si no está acompañada de un conocimiento más amplio que lo equilibre. Nuestra experiencia nos muestra hasta qué punto la práctica del Aikido ha tomado el impetuoso fuego del guerrero y lo ha armonizado en el Arte de la Paz, no para negar la existencia de los conflictos de la vida sino para poder enfrentarse a ellos con integridad.

En la historia medieval japonesa, los protagonistas eran los llamados Daimyos –señores de la guerra local– con sus Samuráis constantemente en pie de guerra, por el enfrentamiento entre los clanes para determinar quién sería el Shogun . Todos los relatos de la época nos cuentan circunstancias de las luchas de poder. Una de las más famosas –del siglo XVI– narra la sucesión de la Dinastía de Toyotomi Hideyoshi, y ejemplifica las estrategias marciales con una anécdota. Cuenta la leyenda que una noche, Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu estaban en un balcón contemplando a un ruiseñor que reposaba en un árbol próximo, y empezaron a discutir cómo conseguir que el ruiseñor cantara.

Nobunaga dijo: –es sencillo, si no canta lo mato.
Ideyasu dijo: –no, no, sólo hay que esperar, y cantará .
Hideyoshi dijo : –lo que hay que hacer es ponerlo en una situación tal que tenga que cantar.

Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu
Retratos de Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu

El Aikido no toma la actitud marcial de Nobunaga sino la de sus interlocutores: el cultivo de la paciencia y de la acción justa. Nos pone en la situación apropiada para que aprendamos a cantar.

Otro elemento fundamental de esta herencia ética es el respeto al otro que se manifiesta en un conjunto de formas de cortesía. Para una mirada occidental, esto parece una formalidad exagerada, casi ridícula, pero para nuestra comprensión no es algo vacío, es un acto repleto de intención. Tal como lo habíamos señalado: en la forma está el fondo, en el fondo la forma. Por lo demás se trata de una oposición muy contrastante respecto de las costumbres actuales de Occidente, en las que el maltrato recíproco, las expresiones groseras y los malos modales se han expandido más y más en las últimas décadas. Incluso, hay quien interpreta este proceso como una especie de liberación. Pero una sana lógica no puede ver en esto más que un síntoma corrosivo. Pues en realidad, la consideración hacia el otro constituye un ejercicio de la conciencia, un cultivo de la atención y del dominio de sí mismo inseparables del valor del honor. Si fuera simplemente la expresión del miedo de quedar mal ante el otro, de no ofender el tono social, el decoro, sería muy poca cosa. Por el contrario, en los más pequeños gestos cotidianos está impresa la actitud del respeto y la consideración. La manera de inclinarse al encontrarse con alguien, el modo de dirigirse al otro son signos muy cuidados. Hasta tal punto que las maneras y modales incluso han producido ceremonias como el arte del té, que hacen manifiesto lo que es medular: el cultivo de la atención, la disciplina interior. Constituyen una práctica, un ejercicio cargado de significado. Todo lo que se entiende en términos generales como cortesía muestra poderosamente la idiosincrasia de la cultura japonesa, del sentimiento de que la forma es importante. Esta actitud incluye, por supuesto, el respeto a las normas sociales y los códigos de una comunidad, pero no es ésta su única dimensión. Porque más allá de las convenciones trasunta una ética profunda de consideración al otro. Es una ética y no una etiqueta vacía. Y resulta interesante ver que esta determinación formal deriva de la misma fuente que el audaz espíritu guerrero, es su sostén. Porque un verdadero Samurái podía matar a alguien pero nunca faltarle el respeto, lo que es un signo de debilidad.

Bushido.
Bushido.

Cuando los estudiosos examinan los orígenes de los valores del Bushido coinciden en señalar al Budismo y el Shintoismo como sus fuentes. Del Budismo se observan muchos elementos esenciales presentes en las raíces mismas del Bushido: la práctica de la meditación sentado –Sazen–, los ejercicios de concentración en el movimiento, el cultivo de una serenidad y un estoicismo ante las circunstancias más duras, así como la aceptación de la muerte. Del Shintoismo el Bushido ha heredado su espíritu de lealtad y de respeto reverencial hacia los antepasados. Por cierto que la devoción religiosa no ha sido un rasgo distintivo de todos los Samuráis, pero se encuentra siempre reflejada en sus actitudes, como lo ilustra una conocida historia de Miyamoto Musashi, el célebre autor de Los escritos sobre las cinco ruedas –que fue un tremendo Samurái del siglo XVI. Cuenta Miyamoto Musashi, al referir las diferentes anécdotas de sus muchos combates, que en oportunidad de ir a enfrentarse con Yoshioka Mataschiro, un amigo le comunicó su deseo de acompañarlo porque sospechaba que lo iban a rodear entre varios de la familia Yoshioka, con la que la suya estaba enemistada. Pero Miyamoto Musashi no aceptó la propuesta por considerarla contraria a las normas del combate, que prohibía la lucha entre clanes. Y entonces se dirigió solo al durísimo desafío, y al salir de Kyoto se encontró con un santuario y pensó que era una suerte, y tuvo intención de rezar en él para pedir a las divinidades su victoria. De pie frente al altar, estaba a punto de tirar del cordón sagrado de la campana para iniciar su oración, cuando tuvo conciencia de que nunca había tenido presente a Buda ni a las divinidades Shintoístas del culto. Pero ahora, de repente frente al peligro, se disponía a venerarlas. Entonces se preguntó : ¿Cómo van a tomarlo las divinidades si nunca antes me acordé de ellas? De tal manera, la vergüenza propia inundó su cuerpo de sudor y le impidió hacer su plegaria. Y luego, después de salir victorioso de la prueba en la que efectivamente fue rodeado, Musashi se complacía en escribir con bellas caligrafías:

Venera los budas y a las divinidades pero no cuentes con ellos.

Autorretrato de Miyamoto Musashi.
Autorretrato de Miyamoto Musashi.

La historia nos cuenta un perfil interesante de la relación del Samurái con la religión. Musashi expresa, de manera clara, la intención del Bushido: el respeto, la veneración hacia el orden divino del mundo, están acompañados de un sentimiento de autonomía. Percibe que no es adecuado pedir a las potencias superiores su éxito personal. No se trata de la actitud de la persona que es egocéntrica, porque Musashi reconoce la existencia de un orden divino del cosmos; pero entiende que no es correcto pedir a los dioses lo que depende del ser humano. Por otra parte, la actitud de Musashi fue de una sinceridad total, porque tuvo conciencia de que nunca se había acordado de las divinidades y ahora lo hacía por miedo. Mantuvo la impecabilidad del Samurái porque reconoció que su propia naturaleza, su carácter, no eran inclinados a la devoción y fue honesto. En cambio, el fundador del Aikido, O Sensei Ueshiba Morihei, fue un hombre excepcionalmente religioso y antes de comenzar a hacer sus prácticas marciales realizaba, cotidianamente, oraciones con una disposición profundamente piadosa. Y él mismo afirmó: El Aikido está en la base de todas las religiones.
De manera que tratemos de pensar qué nos quiso transmitir con esta sentencia

El Aikido y la religión

Cuando O Sensei Ueshiba Morihei sostiene que el Aikido está en la base de todas las religiones, nos muestra, en primer lugar, que en todas las religiones auténticas hay un fondo común, y que en su fundamento todas hablan de algo semejante. Pues todas nos manifiestan la existencia de Dios, todas muestran que existe una inteligencia divina en la estructura del Universo, y que el hombre tiene una conciencia que es necesario cultivar. Y la práctica del Aikido, como auténtica heredera del Bushido, consiste precisamente en ese desarrollo y ampliación de la conciencia. Y precisamente esto mismo ha sido el objetivo de las tradiciones religiosas que han dejado sus enseñanzas en los textos sagrados, en sus prácticas espirituales y observaciones morales. De manera que la actitud correcta que nos enseña el Aikido es la del respeto y valoración por todas las religiones. Pero asimismo, también es cierto que las religiones las profesan los hombres, y cuando la locura humana interviene, hasta las cosas más sagradas se pueden volver aberrantes, y así observamos en la historia cómo en nombre de la religión los seres humanos han hecho las más grandes atrocidades, aunque también las han hecho sin nombrar a la religión. Pero tiene que resultar evidente que las religiones tienen como meta evitar las atrocidades de la locura humana recordándole al hombre que él no es el centro del universo. Por eso, si uno lo observa racionalmente, se advierte que el mensaje esencial de la religión consiste en alimentar la conciencia humana para convertir al hombre en un ser íntegro éticamente, respetuoso de la naturaleza y de sus semejantes, para que llegue a vivir de manera digna y pueda apreciar la grandeza del Cosmos. De manera que está claro que si alguien viola estos principios hace algo contra la religión, pues como se dice en los Evangelios, Por sus frutos los conoceréis. La acción revela quién es el que obra: si los principios religiosos o el egoísmo humano. No está en mí el criticar a una religión en particular ni menos que menos a la religión en general, por el contrario, sentimos que es necesario para el mundo actual comprender la esencia de los mensajes de la religión y llevarlos a la práctica. Y como dice O Sensei Ueshiba Morihei, la práctica del Aikido nos puede preparar para eso porque se dirige al núcleo espiritual más profundo del ser humano.

Veamos entonces qué es el Aikido. La palabra Aikido significa el camino (Do) de la armonía (Ai) de la energia ( Ki).[3] Vale decir que es, ante todo, un Camino, un Do. Con este término Do se sintetizan muchas cosas: es la Vía, el Método, el Camino Espiritual por el que nos convertimos en lo que somos verdaderamente. La expresión aparece unida a las Artes Marciales, por ejemplo, cuando se dice Karatedo, Bushido, Kendo, Iaido. Y Do es el equivalente de la palabra china Tao, que designa lo que llamamos el orden divino del mundo y es también la Vía recta del ser humano, es decir, la manera humana de vivir de acuerdo con el orden divino del mundo. Es importante ver que con la misma palabra se mencionan las dos cosas a la vez. El hombre del Do es el que lleva a su vida la comprensión de lo que es el Tao. Y seguir el camino es cumplir con la función que el Universo preparó para que cada uno cumpla. Pero el Do implica también que hay un método a seguir, una enseñanza que es transmitida, una cadena de maestros que conservaron la tradición, y un respeto y agradecimiento hacia quienes, antes que nosotros, entregaron sus vidas a la práctica del Do. Porque todo ser humano necesita un ejercicio, una práctica física, psíquica, espiritual para poder desarrollar sus potencialidades

Al hablar de Ai, Armonía, estamos aludiendo a lo que ya antes referimos como orden divino del Cosmos, pues la misma palabra cosmos tiene, en su primer significado en la lengua griega, el sentido de una totalidad armónica. Y en todas las tradiciones de la sabiduría, tanto del Oriente como del Occidente, desde la Antigüedad más remota se ha tenido admiración y asombro ante la maravilla del Universo, ante una obra que no es creación humana. El hombre ha sentido veneración ante el misterio del mundo y se ha preocupado por vivir de tal manera que ese orden divino pueda ser llevado a la vida humana, porque siempre, en todas las épocas, se observó cómo el hombre tiende a llevarse por inclinaciones egoístas e ignorantes y a olvidarse de su lugar en el Cosmos, de su responsabilidad ante un universo que reclama su participación. De manera que el problema siempre fue el mismo, cómo la naturaleza humana se deja llevar por sus impulsos más mezquinos que le impiden tener una visión más amplia del conjunto de la unidad de todo lo viviente. Y Ai significa la Armonía del universo y el acto de armonización, de unificación. Pero en el contexto de una tradición marcial, ¿qué significa la Armonía? Ante todo, hay que partir del hecho de que la vida es lucha, enfrentamiento, conflicto como manifestación real y concreta de lo que llamamos el orden divino del cosmos. No se trata de la paz, como cuando se dice: Que descanse en paz. No es la paz del sepulcro, es la energía de la vida, que cuanto más se mueve más conflictos produce. Las enseñanzas más antiguas del Taoísmo muestran al Universo mismo como una lucha entre los principios del Yin y el Yang. Existen los polos opuestos, el contraste, la diferencia, la tensión, y también la posibilidad de complementarse, de unirse. Por lo tanto, se muestra que la Armonía requiere una fuerza activa, de violentas manifestaciones. Y el camino del Aikido es el de un arte Marcial que busca la unión, la armonización en un mundo repleto de tensiones, discordias, malas intenciones. Y lo hace mediante la práctica cotidiana, educando la conciencia, liberando el cuerpo de tensiones y purificando las emociones. Lo difícil es estar relajado en el ojo del huracán, en medio de las turbulencias de la vida: el trabajo, los negocios, las responsabilidades políticas, sociales, familiares. Y el desafío reside en conservarse centrado, con integridad entre los movimientos de una sociedad que se ha salido de quicio. De manera que el Aikido no niega los aspectos duros, difíciles de la realidad; al contrario, nos entrena para reconocerlos en nosotros mismos. Y también para estar atentos y no permitir que otro nos dañe. Como acostumbraba decir O Sensei Ueshiba Morihei, para impedir que haya un nuevo pecador no permito que alguien cometa un nuevo error agrediéndome. Por esa razón, la creación de O Sensei Ueshiba Morihei es un logro excepcional en las Artes Marciales; consiste en volverse más fuerte para evitar dañar a otro e impedir a la vez que otro nos dañe. Cuanto más fuerte es alguien, menos armas necesita.

Y en relación a la palabra Ki de Aikido, es mucho lo que se puede decir, porque está presente en muchísimas expresiones de la lengua japonesa, de nuestra vida cotidiana. Ki significa simplemente energía, pero el Oriente tiene una concepción energética de la vida y del mundo. El Ki es omnipresente. Todo es Ki: el aire, la comida, los sentimientos como el amor y el odio, los pensamientos y el espíritu. De manera que el Aikido, como camino de la armonización de la energía, representa el método práctico por el cual la persona armoniza y mejora su Ki. El ejercicio va transformando la constitución física y espiritual de la persona, produciendo una alquimia de los materiales energéticos con los que cuenta, tanto en lo que respecta a la salud de su organismo como a su equilibrio psíquico. Quizás suena milagroso. Y es milagroso, pero supone que la persona se entregue al Do con compromiso y disciplina en un largo proceso. Y todo proceso lleva su tiempo de desarrollo. Pues precisamente la imagen alquímica de transformar los metales groseros en oro manifiesta la descripción del hecho concreto de la metamorfosis de los deseos, sentimientos y pensamientos que determinan el estado espiritual de la persona, y esto es en definitiva lo que llamamos el Ki: el estado espiritual de la persona. Tener un buen Ki supone la pureza de la intención, la ausencia de una mala voluntad. Y por esta misma razón, la práctica del Aikido comprende todas las edades de la vida porque trasciende la fuerza física o el estado atlético.

El gran maestro Ueshiba Morihei.
El gran maestro Ueshiba Morihei.

Por lo tanto, en relación con lo que O Sensei Ueshiba Morihei afirmó, que el Aikido se encuentra en la base de todas las religiones, estamos en condiciones de entrever lo que quiso expresar: las religiones, en esencia, se dirigen a la transformación espiritual, y el Aikido también. Es el camino práctico por el que la persona trabaja sobre sí misma para devenir un verdadero ser humano. Pues de alguna manera, el hombre y la mujer nacen con enormes capacidades, pero que son toda potencialidad. De este ser que es una maravilla del Universo puede resultar lo mejor y lo peor. Está a medio cocinar. Por eso es necesario el Do; la vida es acción, y nos vamos convirtiendo en lo que hacemos. El Ai.Ki.Do nos va moldeando mediante un método preciso, el de la acción unificadora: unimos cuerpo, mente y espíritu. Así como en la etimología de la palabra religión se encuentra el sentido de volver a ligar, y reunir. El Aikido es una práctica unificadora en todos los niveles en que se puede concebir la unión. Nos reunimos con nosotros mismos y entonces, y sólo entonces, podemos reunirnos con los otros, y sentirnos miembros de una unidad mayor.

Quizás alguien dirá que las religiones requieren fe y una sujeción a ciertas creencias y normas morales de la comunidad, y eso las hace diferentes de cualquier Camino Marcial. Creo que resulta muy interesante reflexionar acerca del significado de la palabra fe. Porque si con eso se alude a tener un cuerpo de creencias dogmáticas, como si antes de practicar Aikido se le exigiera a la persona que crea en una serie de cosas que no conoce, contestaríamos que en nuestra práctica sólo se cree en lo que uno comprueba con su propia experiencia. Y la más fuerte fe es la que uno puede vivir en la práctica. Porque entiendo que las personas que profesan verdaderamente una religión también experimentan una transformación en su vida. Y no es simplemente un convencimiento del propio poder personal que se acrecienta, porque eso lleva ineludiblemente a un egocentrismo, mientras que la práctica del Aikido demuestra que si una persona toma la postura física correcta y realiza los movimientos armónicos experimenta que el Ki actúa en él. Toda la enseñanza de O Sensei Uershiba Morihei está encaminada a mostrar cómo somos canales transmisores de la energía vital del Cosmos, y esta experiencia conduce a una fe en la vida, que nos vuelve seres humanos más íntegros.

Ahora bien, con relación a los dictámenes morales el Aikido, no tiene ciertamente un código programático para la sociedad equivalente a las leyes religiosas, pero transmite principios clarísimos de consideración y respeto a todas las criaturas vivientes, y estos principios se van comprendiendo y asimilando paulatinamente, y de ellos se deriva manifiestamente una praxis social. Y en este punto no puedo más que recordar lo que O Sensei Ueshiba Morihei solía decir: Hazte amigo de Dios, no del hombre.

Reconozco que en un tiempo no comprendía lo que esta expresión significa. Pero el padre Sobrón, Rector de la Universidad de Córdoba, con quien conversábamos acerca de los principios del Aikido y los de la religión, lo supo interpretar con precisión: “Es muy simple, Sensei –me dijo– nadie puede acercarse directamente a Dios. Tendrá necesariamente que hacer algo por otro ser humano. Pero si la meta fuese hacer algo por otro, también se esperaría que el otro haga algo por uno. Por eso O Sensei Ueshiba Morihei lo sintetizó de manera brillante”.

Puede ocurrir que alguien sea menos afecto a hablar de Dios, pero sea como sea que se lo llame, nadie que tenga conciencia puede dejar de reconocer la grandeza del Universo, y ésta es la manifestación de Dios. De manera que no importa tanto quedarse en discusiones propias de los enredos de la mente, acerca de los problemas de la existencia de Dios, sino percibir sinceramente, con todo nuestro ser, la presencia de algo superior a nosotros como individuos. Porque la peor enfermedad humana es la de no poner nada por encima de sí mismo, una egoísta ceguera que produce un sufrimiento inútil. Y en este sentido, la época actual que nos toca vivir nos brinda cada vez más crudos ejemplos de esta actitud morbosa que siempre existió. Podemos concebir la posibilidad de un futuro mejor, pero esta tendencia de no poner nada por encima de sí mismo está en cada uno de nosotros y hace reducidas nuestras miras. Por eso necesitamos un Do, un camino, una práctica, un método para trabajar sobre nosotros mismos y realizar nuestras potencialidades. El mundo actual lo reclama a gritos, y gracias a Dios y a O Sensei Ueshiba Morihei, existe el Aikido. Por eso, los que transitamos este camino manifestamos nuestro agradecimiento con alegría en la práctica diaria e invitando a todos a compartirlo.


[1] Para una presentación muy adecuada de la cuestión, ver Inazo Nitobe, Bushido el corazón de Japón, Barcelona, Obelisco, 1988.

[2] Hemos desarrollado la concepción del Hara en la cultura japonesa en nuestro libro Aikido El desafío del conflicto, Buenos Aires, Kier, 2002. Muchas de las ideas del presente artículo se encuentran ampliadas en este texto

[3] Hemos desarrollado con más amplitud estos conceptos en nuestro citado libro Aikido El desafío del conflicto pp. 34.

4 comentarios en “La tradición marcial del Aikido: la respuesta adecuada al mundo contemporáneo

  1. pablo

    Gracias por compartirlo, para los que fuimos sus discípulo al leerlo fue como si el Shihan Sakanashi nos estuviera hablando dentro del tatami, como lo solía hacer. Muchas gracias a Pequeños Universos.

  2. Horacio Verdur

    Emocionante…muy lindo, Gracias por rescatar esto. Los felicito a ustedes y al Sensei Pinkler por presenter este documento inedito. Abrazo

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