Mishima, mártir de la causa imperial

Por Francisco Laborde

Primera entrega: “Lecciones espirituales para jóvenes samuráis”:

“El dinero y el materialismo reinan;
El Japón moderno es feo.”

Yukio Mishima

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La cabeza de Mishima. Evidencia del tribunal.

I.- Introducción biográfica.
El escritor japonés Yukio Mishima, célebre en su país, era un perfecto desconocido en el extranjero cuando murió. En Occidente, fueron los medios de comunicación los que lo hicieron tristemente famoso cuando, el 25 de noviembre de 1970, dieron la noticia de que Mishima, luego de tomar control de la comandancia de un regimiento y proferir un manifiesto ante unas tropas que lo abuchearon y silbaron, tomó el camino de la acción pura y se abrió el vientre mediante el tradicional método seppuku. Gesto de protesta y admonición, se inscribía así en una larga lista de mártires por la causa imperial.

Tenno heika Banzai”, “¡Larga vida al Emperador!”, fueron sus últimas palabras. (1)

Dos meses después, Mishima hubiera alcanzado los 46 años. Había escrito 40 novelas, 18 obras de Teatro Kabuki (todas profusamente representadas), 20 volúmenes de cuentos, y otros tantos de ensayos literarios. Scott Stokes, autor de su biografía más completa, enumera 102 títulos del escritor, y mide en 36 volúmenes su obra completa. (2) Fue director, actor y modelo fotográfico. Había volado un F-102, dirigido una orquesta sinfónica, creado su propio ejército, y dado la vuelta al mundo siete veces.
Por sobre todas las cosas, fue un hombre dotado de una voluntad sobrehumana. Con la determinación de mejorar su salud, su natural enclenque, a los 27 años aprendió a nadar. Entre 1953 y 1954 practicó boxeo, que volvió a practicar en 1958 por poco tiempo. En julio de 1955 comenzó a levantar pesas, y mantuvo un régimen de tres sesiones por semana durante quince años, sin permitir que nada, ni siquiera los viajes, se interpusieran en su entrenamiento. En enero de 1959 comenzó a practicar Kendo, arte que nunca abandonó y en el que, en 1968, obtuvo el 5to. Dan. Al final de su vida, agregaría el Karate a su rutina diaria.
Según sus biógrafos y traductores, su conocimiento del Japón clásico era superior al de la mayoría de sus contemporáneos. Mishima es un escritor del Siglo XX en el que perduran las características inmutables del estilo arcaico japonés de los siglos X y XII, “el puro Japón de la lengua japonesa”, contenido en obras como los Ise Monogatari (a los que Pequeños Universos dedicara esta entrada), el Genji Monogatari u otras joyas literarias. Concibió nuevas obras de Teatro Nô que fueran fieles a su estilo distante y hermético, y podía escribir fluidamente en el barroco modo del Teatro Kabuki. El popular drama de las marionetas tampoco tenía secretos para él.
Escribía (y tal vez sea otro rasgo propio de esa tradición) de una sola vez, de un tirón, sin tachaduras, correcciones o enmiendas. Todos sus editores coinciden en que Mishima poseía dos rasgos que lo diferenciaban del natural de los escritores contemporáneos: los manuscritos poseían una prolijidad pasmosa, y eran entregados invariablemente a la hora y fecha pactadas, o incluso antes.

mishimaII. La prosa de la espada
Mishima distinguía, dentro de sus trabajos, entre obras mayores y menores. Se trataba de una distinción literaria: las obras mayores poseían atributos estéticos que las diferenciaban de las menores. Todas las noches de su vida, entre las once y las doce, Yukio Mishima se sentaba a escribir hasta el amanecer. Allí volvía hábito la distinción: las primeras dos horas las dedicaba a escribir literatura menor, que vendía a editoriales, pero principalmente a revistas; el tiempo restante lo dedicaba a la preciosista literatura que consideraba mayor (El mar de la fertilidad, El pabellón de oro, Después del banquete y Confesiones de una máscara, por mencionar algunos títulos). Algunas veces, Mishima se encerraba en la habitación de un hotel durante diez días para terminar novelas que luego difundía en entregas sucesivas, y con las que se enriquecía. Así nació, por ejemplo, La noche más blanca, éxito de tal dimensión que de inmediato se filmó una película, la primera de las quince que se hicieron en base a una novela suya.
La personalidad rica y compleja de Mishima distinguía también entre dos ríos: el de la palabra y el de la acción. Antagonistas, rivales, un río no inunda el otro. Sus escritos políticos eran, Mishima dixit, “prosa de la espada”, de la acción, y no de la pluma, de la palabra. No tenían “nada que ver” con la literatura. Dentro de los escritos políticos cabían, a su vez, los ensayos mayores y menores. Mayor fue La defensa de la cultura, de tipo abstracto, filosófico, ricamente elaborado, extremadamente difícil. En sus ensayos menores defendía la misma postura, pero de manera directa, sencilla y animada. Entre estos ensayos menores estaban Lecciones para jóvenes samuráis e Introducción a la filosofía de la acción, que publicó por capítulos en la revista Pocket Punch Oh!, y también como libro para financiar su emprendimiento militar.
La defensa de la cultura es un largo ensayo “mayor” redactado en el campamento de reclutas durante su primer alistamiento. Fue publicado en julio de 1968. “Simplificando mucho, decía: que los  japoneses eran japoneses en virtud de la cultura japonesa; que el emperador era la única fuente y único garante de la cultura japonesa total; que defender al emperador era, por tanto, lo mismo que defender la cultura y la forma fundamental de defenderse.” El Emperador era la fuente de la cultura en función de miyabi, “un valor o cualidad de la estética japonesa clásica, que suele definirse como la elegancia cortesana y que se identifica con la poesía de la corte. Según la singular definición de Mishima, miyabi era la esencia de la cultura de la corte y el anhelo que el pueblo tiene de esa esencia. Así como la poesía cortesana era el origen de toda la literatura japonesa posterior, argumentaba él, miyabi era el origen de todos los valores estéticos subsiguientes (tales como yugen, han, awabi y sabi). Por tanto, toda la cultura popular (cultura ajena a la corte) había de ser la imitación del miyabi, el pueblo que aspira a la elegancia de la corte. Puesto que la elegancia cortesana sin un emperador era un absurdo, se llegaba a la conclusión de que el emperador era la fuente del miyabi. De ahí, el emperador como fuente de la cultura japonesa.” (3)

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Mishima y sus pasiones. La literatura y la espada.

El Emperador del Japón era todopoderoso en tiempos legendarios. Políticamente, los emperadores Heian solían abdicar jóvenes dejando heredero de corta edad, manejados luego por ministros salidos de dos clanes rivales. Tiempo después los Shogun, líderes militares, gobernaron Kamakura y luego Edo (Tokyo), mientras el Emperador llevaba en Kyoto una vida cortesana, rodeada de prestigio y reducida a actividades culturales o rituales, que es donde nació la tradición literaria más japonesa. Por último, el emperador Meiji, instalado en Tokyo en 1867, si bien gravitó en decisiones de gobierno, estuvo subordinado a las fuerzas imperialistas de modernización, parlamentarismo, industrialización y énfasis en el desarrollo económico, que tanto criticó Mishima.
Para Mishima, sin embargo, el prestigio del Emperador era, como veíamos, simbólico, miyabi. Su figura encerraba los tres mil años de cultura japonesa, y su divinidad era un artículo de fe. Por extensión, lo era también la belleza sin par de la literatura tradicional. Desde su romántico primer libro de poemas, publicado a los 15 años, su obra es un esfuerzo consciente por preservar la tradición literaria del imperio, en el que se trasluce el amor que Mishima profesaba por el emperador y la ética samurái.
En su famoso cuento Patriotismo (Yukoji), llevado al cine bajo el título El rito del amor y de la muerte, el teniente Shinji Takeyama se abre el vientre junto a su esposa por devoción al emperador, a un mismo tiempo dios y alto sacerdote de Shinto:
“En la repisa que había debajo de la escalera, junto a la tablilla del Gran Santuario de Ise, estaban las fotografías de sus Majestades Imperiales, y todas las mañanas, antes de marchar a su trabajo, se detenía allí con su mujer y juntos hacían una profunda reverencia. La ofrenda del agua se renovaba cada mañana y la ramita sagrada de Sasaki estaba siempre verde y fresca. Vivían su vida bajo la sagrada protección de los dioses, y se sentían imbuidos de un intenso placer que hacía que se estremeciera cada una de sus fibras. (4)

tate no kai

III. La Sociedad del Escudo
Mishima decía estar preocupado por la defensa nacional de su país, y en especial, por la seguridad del emperador. Criticaba su renuncia a contar con una guardia de honor, y el «ignominioso» artículo 9 de la Constitución japonesa posterior a la Segunda Guerra Mundial, que declaraba: “el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la Nación”, y que “no mantendrá nunca fuerzas de tierra, mar y aire, así como otro material bélico”, lo cual significaba que la Fuerza de Defensa Propia del Japón, creada bajo la Ley de Defensa Propia de 1954, nunca podría llegar a ser una fuerza de lucha efectiva.
Contra esa cláusula de renuncia, contra la aceptación pasiva de la ocupación, mientras está terminando Caballos desbocados, el segundo tomo de su tetralogía póstuma, tal vez su mejor novela y el libro que más retrata el amor de Mishima por los samuráis, Mishima es arrastrado por el río de la acción y funda la Tate no kai o, traducido literalmente, la Sociedad del Escudo. Se trataba de una formación paramilitar destinada únicamente a proteger al Emperador, utilizando el propio cuerpo como escudo, y que según el propio Mishima era “el más pequeño ejército del mundo, y el más grande por su espíritu”, o bien, “un experimento con la pureza” frente a “cualquier amenaza de la cultura y continuidad histórica del Japón”. (5)
Para garantizar que no hubiera ataduras políticas que contaminaran esa pureza, Mishima concluyó que debía tratarse de una fuerza no superior a la que pudiese mantener personalmente. El número fijado fue cien hombres. Las finanzas incluían los uniformes de invierno y verano que Mishima encargó al diseñador japonés que había inspirado el uniforme de De Gaulle. Desde un primer momento, la prensa nipona lo tomó en broma, y empezó a llamar al grupo “Ejército de juguete del capitán Mishima”. (6)
El Manifiesto revolucionario que escribió Mishima en 1969, cuando sus cadetes le pidieron que resumiera la postura de la sociedad en un solo documento, se compone de cinco artículos que resumen su credo. Destacan por su originalidad, especialmente, dos de ellos (7):
2. Nos consideramos los últimos conservadores, los verdaderos representantes y la esencia de la cultura japonesa, la historia y las tradiciones que hay que defender. (…) Las escuadrillas kamikaze basaban sus acciones en el principio de que ellas eran la personificación de la historia, que la esencia de la historia se manifestaba en ellos, que (…) eran el Fin, los últimos (…). La efectividad no nos preocupa.
5. La batalla tiene que librarse una sola vez y ha de ser a muerte (…) Somos la encarnación de la belleza japonesa.

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Miembros de la Sociedad del Escudo. En el centro, Mishima, días antes de su suicidio. Tokio. 1970.

El sacrificio de los Kamikaze, dirigiendo un avión sin tren de aterrizaje sobre barcos enemigos, se comprende desde la divinidad que para los japoneses poseía el Emperador, así con mayúscula. El discurso radiado del líder político del Japón negando su condición de representante de una dinastía solar constituyó un durísimo golpe para las bases del orden tradicional. En 1966 Mishima publica su primer escrito político, Las voces de los muertos heroicos. Denuncia que los Kamikaze murieron en vano, que la renuncia del Emperador a su papel de símbolo divino privó de sentido esas muertes heroicas, convertidas en nada.
A la Tate no Kai la compusieron estudiantes que procedían de los más diversos colegios, y que solían ser de origen campesino o, al menos, no de Tokio. Antes de su admisión, los seleccionados eran entrevistados por Mishima. Se requería de un “debido respeto al emperador”, y haber demostrado durante un mes de entrenamiento básico, que incluía materias teóricas de comportamiento táctico en campo de batalla, la fuerza física y espiritual requerida. Semestralmente, se realizaba un curso de repaso de diez días, y una vez al mes la sociedad se reunía en una sala pública que pertenecía al cuartel general de las Fuerzas de Defensa para debatir. Había quienes defendían una constitución democrática y otros que simplemente no. Era un ejército de apoyo que libraría una “última, desesperada batalla” para proteger al emperador. Como dijimos, serían un escudo ante la agresión, extremo de naturaleza similar a la Kamikaze.
La sociedad se comprometía a defender al Emperador con la vida, y las Lecciones espirituales para jóvenes samuráis, uno de esos ensayos supuestamente menores de Mishima, parecen estar destinados a fundar y expresar la convicción de los miembros de la Tate no Kai. Según un cadete de la sociedad: “Mishima sensei se bajaba de la escalera de la razón para estar con nosotros”. (8)

IV. Lecciones espirituales para jóvenes samuráis
De sus antepasados, solamente la abuela de Mishima, Natsu Nagai, había pertenecido a una ilustre familia samurái. El abuelo paterno de Natsu había sido un daimyo, un señor feudal emparentado por matrimonio con los Tokugawa, la familia militar que durante 250 años dominó Japón. Es en la relación con su abuela, con quien pasó los primeros años de su vida literalmente secuestrado, donde Mishima encuentra la tradición de antaño, y es en su alcoba que se enamora de los samuráis y del emperador. Fue Natsu quien llevó consigo a un Mishima todavía niño a ver teatro Kabuki, una de las tres formas de teatro tradicional japonés (junto con el teatro No y el Bunraku o teatro de marionetas), de maquillaje y vestidos característicos, cuyos actores utilizan un japonés arcaico al expresarse. La primera obra que Natsu eligió para su nieto fue Chushingura, la más emocionante de las obras clásicas Kabuki, que retrata la fidelidad del samurái feudal en un cuento con 47 Ronin, y que causó una gran impresión al pequeño Kimitake Hiraoka, como se llamaba verdaderamente Mishima.

Mishima Kabuki
Mishima y el Teatro Kabuki. Compuso 18 obras a lo largo de su corta vida.

Ese es el primer contacto entre el escritor y el Bushido, el camino del guerrero, el pilar sobre el que Mishima edifica la defensa del emperador con la vida. Tal como lo entendía Mishima, prepararse para ser samurái significaba prepararse para la muerte: “la profesión de samurái es el negocio de la muerte. Por pacífica que sea la época en que se vive, la muerte es la base de todas sus acciones.” (9)
Mishima parafrasea el famoso tratado de Bushido conocido como Hagakure (A la sombra de las hojas), escrito en los primeros años del siglo XVIII por Yamamoto Tsunetomo (10):
Sabed que la esencia del bushido es morir. Eso significa que el samurái, teniendo que elegir entre la vida y la muerte, elige la muerte. (…) Mientras hayas elegido la muerte, no importa si has muerto o no en vano (…) la muerte no puede ir en descrédito tuyo.

mishimaEste “antiguo espíritu de los samuráis” entra en él, según el propio Mishima, a través del Kendo:
Impulsado por una fuerza interior comencé a dedicarme al kendo. Lo practico desde hace trece años. Este arte, modelado sobre el de los antiguos guerreros, consiste en el dominio de una espada de bambú y no requiere palabras: gracias a él he sentido renacer en mí al antiguo espíritu de los samuráis.
La prosperidad económica ha transformado a los japoneses en comerciantes y el espíritu de los samuráis se ha extinguido por completo. Ahora se considera anticuado arriesgar la vida para defender un ideal. Los ideales se han convertido en una especie de amuletos adecuados únicamente para proteger la vida de los peligros que la acechan. (11)

Arriesgar la vida por un ideal, en este caso el Emperador, era la esencia de la Tate no Kai, la Sociedad del Escudo. Mishima la creó para que sus miembros antepusieran su cuerpo en defensa del emperador, en caso de un eventual ataque. Convertir el cuerpo en un escudo es kirijini (caer luchando en batalla, con la espada en la mano), la otra muerte digna que contempla el código del guerrero samurái junto al seppuku.
Por eso cuando Mishima les escribe a sus cadetes de la Tate no Kai, está escribiendo «lecciones para jóvenes samuráis»: sus principales lectores habían elegido morir en kirijini, llegado el caso. A continuación transcribimos diversos pasajes de esas Lecciones para jóvenes samuráis, en las que Mishima reflexiona sobre aspectos centrales para cualquier práctica marcial: la etiqueta y el esfuerzo, el valor de las promesas o la cobardía.

Sobre el arte:
«La vida humana está estructurada de tal modo que sólo si tenemos la oportunidad de mirar de frente a la muerte podemos medir nuestra auténtica fuerza y comprender el grado en que nos aferramos a la vida.” (12)
«Pero nosotros vivimos en una época de existencias absolutamente débiles y ambiguas, rara vez nos enfrentamos con la muerte.  (…) A falta de peligros mortales, los únicos medios que tienen a su alcance los jóvenes para saborear la sensación de estar vivos son la búsqueda enloquecida del sexo y la participación en movimientos políticos, motivada simplemente por el deseo de ser violentos. Nace así una impaciencia en la que el arte termina por perder todo significado. En efecto, el arte es algo que la persona debe gozar con tranquilidad, sentada a la vera de un sendero. Es del todo imposible apreciar una pintura hermosa, una música tranquilizadora o una novela bien escrita si no se dispone de tiempo para permanecer en soledad. (…)” (13)

El samurái cobarde:
«En Japón creemos ilusamente que la cultura japonesa es conocida a la perfección en Europa y en América, y en cambio en la mente de los occidentales el hombre japonés se identifica casi siempre con el samurái (…). La palabra samurái recuerda inmediatamente, por asociación de ideas, el término valor. ¿Pero qué es el valor? ¿Y quiénes son los valientes?” (14)
Mishima se responde a través de una definición del samurái medroso, cobarde, que encuentra en el tratado Conversión a las artes marciales, escrito entre 1716 y 1735:
«El guerrero cobarde se entrega sobre todo a su capricho y a su egoísmo. Permanece acostado hasta bien entrada la mañana, le agrada quedarse ocioso por la tarde y detesta el estudio. En cuanto a las artes marciales (que ahora llaman deportes), no sobresale en ninguna; en cambio se enorgullece de ser artista, dilapida dinero con las mujeres, en almuerzos y en cenas, entregando en prenda incluso libros y cuadros que debería conservar y cuidar, derrocha el dinero ajeno con gran facilidad, es extremadamente reacio a pagar sus deudas, arruina su salud, se alimenta excesivamente, bebe sake en gran cantidad y se dedica con fervor a los placeres sexuales; al actuar de ese modo no hace más que consumir su propia vida y precipitarse hacia una condición física que le impide cualquier esfuerzo; ya no soporta nada y su ánimo débil y cobarde se debilita cada vez más.» (15)

Mishima cometiendo seppuku para un film.
Mishima cometiendo seppuku para un film.

«Pero en el Japón moderno no existe ninguna posibilidad de que un hombre pueda demostrar realmente su coraje, como tampoco el cobarde tiene razones para temer que se descubra su condición. Al fin y al cabo, el valor de un hombre se revela en el momento en el que su vida se enfrenta con la muerte, pero nuestro modo de vida es tan pacífico que jamás nos brinda la oportunidad de dar testimonio de nuestra resolución para enfrentarnos a la muerte. Es fácil declarar que se está listo para morir, y ofrecer la propia vida, pero no es tan fácil demostrar la veracidad de lo que se afirma. (…) Considero que es necesario recuperar algo que me parece fundamental en la vida de un hombre: una fuerza espiritual continua que debe manifestarse en el curso de los acontecimientos cotidianos, la fuerza típica del que sabe esperar con ánimo vigilante el momento de peligro.» (16)

La Etiqueta:
“Es cierto que el Kendo comienza y termina con una reverencia, pero después de la primera inclinación el único objetivo de cada contendiente es golpear al adversario. Este es un símbolo egregio de la realidad del universo viril. Antes del combate es necesario observar una determinada etiqueta que representa la premisa básica del propio combate. ¿Pero qué es más importante, la etiqueta o el combate? Según los principios del Kendo prevalece la cortesía, la etiqueta. ¿Por qué motivo? Desde los tiempos más remotos, como se ve claramente en los torneos de los caballeros, es la etiqueta la que regula las contiendas en el universo viril. En la etiqueta se inserta con naturalidad un código moral que se expresa también en las reglas deportivas. Una disciplina deportiva practicada sin el respeto por las reglas ya no es tal, y se convierte en algo despreciable. Además, violar los códigos conduce a la derrota.” (17)
“Si bien para el hombre la etiqueta es una premisa esencial, a la cual debe someterse íntegramente, en nuestros días se ha difundido la extraña creencia de que una actitud sincera y espontánea puede llegar más directamente al espíritu del que escucha. Es sobre todo el hombre ambicioso el que debe respetar la etiqueta más que cualquier otro; si lo hace, ella le permitirá incluso exhibirse bailando desnudo mientras bebe sake, pues ya habrá conquistado la confianza de su interlocutor que considerará su baile como un acto extremadamente espontáneo y tranquilizador. Sin embargo, esta táctica no funcionaría si el hombre se comportara habitualmente de forma desordenada. Es precisamente para dar cierto orden a las relaciones por lo que existe la etiqueta, que es capaz de mantener la dignidad del hombre, y sólo dejando traslucir a través de la etiqueta la naturaleza, la inmediata espontaneidad de la naturaleza humana, es como se aumenta el propio poder sobre el prójimo.” (18)
“El lenguaje, en todos sus matices, es el eje de la etiqueta, y si imaginamos que la etiqueta es una puerta, un lenguaje apropiado y cuidadosamente adaptado al interlocutor, asume las funciones del aceite con el que se untan los goznes. Lamentablemente, en los tiempos modernos éstos chirrían demasiado pues ya nadie se preocupa de suavizarlos. (…) Es absolutamente erróneo suponer que los demás están en condiciones de comprender nuestros sentimientos más profundos. el espíritu humano conserva siempre una parte desconocida, incluso para el amigo más íntimo o para la persona que vemos con mayor frecuencia. Las palabras son el puente que nos une a los otros seres humanos, pero deben constituir un puente completo, provisto de parapeto y de giboshu [adorno metálico con forma de flor de ajo colocado sobre la cúspide de pilares de los puentes]. Todo ello lo provee la etiqueta.»(19)
“En lo que a mí concierne, tengo la firme convicción de que la belleza viril se ve exaltada justamente por el autocontrol y por la aceptación de las normas de comportamiento, del mismo modo que es agradable ver un hombre elegantemente vestido con un kimono de ceremonia almidonado a la perfección.
“Un año, al final del verano, fui a Ryu Kan, un famoso gimnasio de artes marciales de Kumamoto, donde me ejercité en el Kendo con algunos jóvenes. Conservo un indeleble recuerdo de uno de ellos, el joven más graduado que, sudoroso, se arrodilló con el busto recto hacia un pequeño altar y con voz resonante dirigió a los demás: – Rei.
“Ello me provocó una sensación de frescura, como si en ese instante se hubiese rasgado la cortina de temor que me oprimía. Me pareció que acababa de ver un ejemplo perfecto del modo en que un saludo ceremonial puede embellecer a un joven y hacerle mucho más fascinante que cualquiera de los otros muchachos que viven de un modo desordenado y confuso.” (20)

Sobre el mantenimiento de la palabra dada
“Es imposible no sorprenderse al observar qué poco les importa la puntualidad a los jóvenes modernos. Y es asombroso ver con qué frecuencia no cumplen las promesas. Para ellos, las citas y las promesas no tienen en sí mismas un significado particular. Encontrarse a las tres y media y no a las tres, como se había convenido, no provocará ningún trastorno en Japón. He aquí un aspecto típico de la mentalidad de un estudiante que aún no tiene conciencia de ser un engranaje de la sociedad.” (21)
“Una promesa es siempre un compromiso y tiene la misma importancia independientemente de la persona con la que se contrae. Lo único que cuenta es la buena fe de quien la pronuncia.
“En un relato de Akinari Ueda [(1734-1809) escritor, poeta y estudioso de literatura antigua, autor de los Cuentos de lluvia y de luna y de La luna de las lluvias] referido a la belleza de la lealtad, titulado El juramento entre las flores de crisantemo, un hombre hace todo lo posible para cumplir una promesa que realizó años atrás a su fiel amigo, y como no puede presentarse físicamente en el lugar de la cita a la hora establecida, decide suicidarse para llegar hasta allí al menos en espíritu. La finalidad del pacto que había convenido con su amigo era puramente la amistad, la lealtad; no había en juego ningún interés material. Sacrificar la vida por algo extraño a un interés material podrá parecer hoy insensato, pero una de mis ideas fundamentales es que la esencia de las promesas no debe buscar en el espíritu de la actual sociedad contractual [donde la palabra no tiene ningún valor] sino en la lealtad de los seres humanos. En la vida del hombre el tiempo no retorna. (…). Incluso la promesa más modesta tiene en realidad una importancia enorme.” (22)
“La voluntad debe ser conquistada lentamente, conservando la fidelidad a las promesas.” (23)

El Esfuerzo:
«El genio es fruto del esfuerzo, dice el proverbio, pero también el talento debe valorarse como una joya pues de otro modo corremos el riesgo de quedarnos sin conocerlo.” (24)
«En cierto sentido, el carácter democrático de la sociedad japonesa se revela en la absoluta seguridad respecto al valor del esfuerzo. De hecho, el esfuerzo es absolutamente antiaristocrático. El esfuerzo es despreciado porque significa el cruento empeño de quien desprovisto de dinero y de poder social, no tiene otro medio más que éste para llegar a ser reconocido.” (25)
“Considero sumamente necesario diferenciar el placer del esfuerzo. A veces, el ser humano encuentra más penoso divertirse que esforzarse. Quien ha nacido pobre y ha pasado su vida esforzándose, cuando se libera al fin de la obligación de trabajar se encuentra perdido, como un poseído abandonado por el espíritu que lo atormentaba.
Pero el mayor tormento no es trabajar. La tortura más dolorosa e innatural es la que sufre quien, a pesar de tener talento, se ve obligado a no usarlo o a emplearlo en una medida inferior a sus posibilidades. El ser humano posee una naturaleza extraña: se siente vital sólo cuando puede dar el mayor vuelo posible a su capacidad.” (26)

La escena. Una vez que Mishima se abriera el vientre, un asistente (kaishakunin) lo honra cortándole la cabeza. En la imagen, en la esquina inferior izquierda, Mishima y Morita luego del seppuku. (Foto: Diario Asahi)
La escena. Una vez que Mishima se abriera el vientre, un asistente (kaishakunin) lo honra cortándole la cabeza. Observamos, en la esquina inferior izquierda, a Mishima y Morita luego del seppuku. (Foto: Diario Asahi)

V. Palabras finales
Dentro de la rica obra de Yukio Mishima, nos hemos detenido en algunos de sus textos políticos, pluma de la espada. En especial, hemos compartido los fragmentos que más pueden interesar a un practicante de artes marciales. De igual manera, en la próxima entrega nos dedicaremos a otro título de este prolífico escritor: Introducción a la filosofía de la acción, en el que Mishima reflexiona sobre la espada japonesa, la distancia de combate, la espera del momento propicio para el ataque y, en general, la naturaleza de la acción marcial.

Notas:
(1)   Dos biógrafias de Yukio Mishima son especialmente recomendadas: la de John Nathan (Seix Barral), y la de Henry Scott Stokes (Muchnik Editores). El primero de ellos, como todos los occidentales cuando nos acercamos a Mishima, comienza su libro describiendo su muerte. Así narra los acontecimientos: “Para morir, el novelista Yukio Mishima eligió una muerte de fanático, y la muerte más japonesa que pueda imaginarse. El día 25 de noviembre de 1970, acompañado por cuatro cadetes de su Sociedad del Escudo, fue a visitar al jefe de la Fuerza de Defensa del Japón. A una señal suya, los cadetes se apoderaron del jefe y le retuvieron a punta de espada, mientras Mishima, a través de la puerta del despacho en el que se había hecho fuerte, pedía que el Regimiento nro. 32 se reuniera en el patio para escuchar un discurso. Pocos minutos después de las doce, salió al balcón y animó a los soldados a unirse a él, y levantarse contra una democracia que después de la guerra había privado al Japón de su ejército y su alma. (…) Volvió a entrar en el despacho del jefe, y se hizo el seppuku (hara-kiri). Cuando se había introducido la hoja por el costado izquierdo y la había bajado por el abdomen, hizo una señal al cadete que estaba detrás de él; el cadete, con una larga espada, le cortó la cabeza, completando así la ceremonia ritual.” (John Nathan. Mishima. Biografía. Madrid: Seix Barral, 1995, p. 9. Las negritas nos pertenecen.)
(2)   Scott Stokes, Herny. Vida y muerte de Yukio Mishima. Barcelona: Muchnik Editores,  1985, 330 p.
(3)   Las referencias en John Nathan, op. cit., pp. 229 y ss. Nótese especialmente en esta lectura que Nathan es el más irónico, mordaz e inflexible con Mishima entre sus biógrafos. Cosa rara en un biógrafo, no parece admirar al biografiado. De hecho, para Nathan, el suicidio de Mishima es, entre otras cosas pero no es más que, una manifestación de su erótica fascinación con la muerte.
(4)   Mishima, Yukio. “Patriotismo”. En La perla y otros cuentos. Madrid: Siruela, 2004, p. 109.
(5)   Nathan, John. Op. cit., pp. 122-123.
(6)   Nathan, John. Op. cit., p. 225.
(7)   Nathan, John. Op. cit., p. 237.
(8)   Nathan, John. Op. cit., p. 240.
(9)   Nathan, John. Op. cit., p. 220.
(10) Yamamoto Tsunetomo fue un antiguo samurai al que una prohibición le impidió la muerte y se hizo monje. Antes de su partida en 1699, Mitsushige Nabeshima, señor de Saga, prohibió a sus samuráis que se dieran muerte para acompañar la suya. El fiel y leal Yamamoto, entonces, trocó la muerte ritual del seppuku de los guerreros por la muerte en vida de los monjes, se rasuró la cabeza y se retiró a una cueva, donde vivió hasta el final de sus días. Allí, en la hondura de una gruta, comenzó a enseñar el renunciante la esencia del Hagakure Kikigaiki, que traducido significa A la sombra de las hojas. Hosho murió mientras dormía, a los 71 años.
(11) Mishima Yukio. “Sociedad del Escudo”. En Lecciones espirituales para jóvenes samurais y otros escritos. Trad. de Raskin Gutman, Martin. Madrid: La esfera. 2002, pp.158-159
(12) Mishima, Yukio. “Lecciones espirituales para jóvenes samuráis”. En Lecciones… y otros escritos. Trad. de Raskin Gutman, Martin. Madrid: La esfera. 2002, p. 73.
(13) Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 74.
(14) Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 81.
(15) Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 84.
(16) Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 86.
(17) Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 88.
(18) Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 89.
(19) Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 90.
(20) Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 92
(21)  Mishima, Yukio. Lecciones…, pp. 108-109.
(22)  Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 104-105
(23)  Mishima, Yukio. Lecciones…, p. p. 106.
(24)  Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 141.
(25)  Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 142.
(26)  Mishima, Yukio. Lecciones…, p. 143.

4 comentarios en “Mishima, mártir de la causa imperial

  1. Marcos Texeira

    Un escritor ciertamente genial, como pocos. Pero al mismo tiempo, un ser contradictorio, perverso y ligado a la ultraderecha de la restauración japonesa. Un final teatral, para una vida igualmente teatral.

  2. Hugo Walter Bazán

    Excelente artículo sobre uno de los escritores japoneses más prolíficos que haya dado el siglo XX. Lo que me conmocionó de Mishima fue saber que había preparado su cuerpo y su mente durante casi cuatro años para realizarse el seppuku, y que su última novela, «La corrupción de un ángel», la terminó de escribir el día de su suicidio. Felicitaciones por el artículo.

  3. Silvana Arena

    Disfruté muchísimo este documentado artículo, especialmente las referencias de Lecciones espirituales para jóvenes samuráis. Muchas gracias, Francisco.

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